Hay
una forma de amor, que no está basada en una evaluación de las
cualidades del amado, no se ve limitada por la reciprocidad y tampoco
se vuelca hacia el resentimiento al ser rechazado.
Esta es la forma más pura de dar. Es el amor libre de la ley de la reciprocidad, es un amor que considera que la
alegría y la seguridad del amado son tan significativas como las
propias (o incluso más) y, por ende, no necesita poseer, aferrarse o
dominar.
Este es el amor que suele existir entre grandes amigos, el que sienten
los padres por sus hijos, el que vemos en los matrimonios exitosos. Tiende a estar asociado más con la tranquilidad y la confianza que con la pasión y lo salvaje.
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